El 7 de julio de 2005, Londres vivió uno de los días más trágicos de su historia reciente cuando cuatro terroristas suicidas detonaron explosivos en el sistema de transporte público de la ciudad. Tres explosiones ocurrieron casi simultáneamente en diferentes trenes del metro durante la hora pico matutina, y una cuarta bomba explotó una hora después en un autobús de dos pisos en Tavistock Square.
El atentado dejó un saldo de 52 civiles muertos y más de 700 heridos. Los atacantes, cuatro hombres británicos de origen musulmán, actuaron en nombre de grupos extremistas islamistas, inspirados por Al Qaeda. La tragedia conmocionó al Reino Unido y al mundo entero, reavivando temores de ataques terroristas en Europa tras los atentados de Madrid en 2004.
La respuesta del gobierno británico fue inmediata. Se reforzó la seguridad en el transporte público, y se implementaron nuevas estrategias de vigilancia y control contra el terrorismo. Londres, conocida por su resiliencia, se mantuvo firme y no cedió ante el miedo. Un día después de los ataques, el entonces primer ministro Tony Blair pronunció un emotivo discurso en el que reafirmó la determinación de la ciudad de seguir adelante sin dejarse vencer por el terror.
Los atentados del 7J dejaron un impacto duradero en la política de seguridad británica y global. Se reforzaron medidas de control en aeropuertos, estaciones y eventos masivos, y se fortaleció la cooperación internacional en la lucha contra el extremismo. A pesar de los desafíos, Londres demostró su capacidad de recuperación y su compromiso con la libertad y la seguridad de sus ciudadanos.