En septiembre de 2020, se anunció el inicio de las negociaciones para la fusión entre CaixaBank y Bankia, un movimiento que daría lugar a la mayor entidad bancaria de España por activos, con un volumen superior a los 650.000 millones de euros. Tras meses de conversaciones, en diciembre, ambos consejos de administración dieron su visto bueno definitivo, sellando así una de las operaciones financieras más importantes de la última década.
La fusión tenía como objetivo reforzar la solvencia y competitividad de ambas entidades en un contexto marcado por tipos de interés en mínimos históricos, la crisis económica derivada de la pandemia del COVID-19 y el avance de la digitalización bancaria. La unión de CaixaBank y Bankia no solo generó un gigante financiero en España, sino que también consolidó su posición como uno de los bancos más relevantes de Europa.
Uno de los aspectos más destacados de la operación fue que el Estado español, a través del FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria), se convirtió en el segundo mayor accionista de la nueva entidad, con aproximadamente un 16% del capital, dado que Bankia había sido rescatada con dinero público en 2012. A pesar de ello, se estimaba que la integración permitiría mejorar la eficiencia y recuperar parte de la inversión estatal.
La fusión también generó incertidumbre en el ámbito laboral, ya que la reestructuración conllevó el cierre de cientos de oficinas y la reducción de plantilla, con la salida de miles de empleados. No obstante, los directivos de ambas entidades aseguraron que la operación permitiría mejorar la rentabilidad y sostenibilidad del banco a largo plazo.
Con esta unión, CaixaBank se consolidó como el líder del sector financiero español, con una cuota de mercado superior al 25% en créditos y depósitos y una red de sucursales y cajeros automáticos que lo convirtió en la principal referencia para millones de clientes en España. La fusión representó un nuevo capítulo en el proceso de concentración bancaria en España, una tendencia que se había acelerado tras la crisis financiera de 2008 y que buscaba garantizar la estabilidad del sistema financiero en un entorno cada vez más exigente.