En 2014, el conflicto en Ucrania dio un giro dramático cuando Rusia anexó la península de Crimea, lo que desencadenó una crisis internacional con implicaciones de largo alcance. Este acto, que tuvo lugar en marzo de 2014, generó una condena rotunda de la comunidad internacional, que acusó a Rusia de violar la soberanía de un Estado independiente y alteró el equilibrio geopolítico en Europa. La anexión de Crimea, seguida por el conflicto en el este de Ucrania, intensificó aún más las tensiones entre Rusia y las potencias occidentales, especialmente los Estados Unidos y la Unión Europea.
El conflicto en Ucrania comenzó a gestarse tras las protestas del Euromaidán en 2013, que pedían un acercamiento de Ucrania a la Unión Europea y la destitución del presidente Viktor Yanukóvich, quien era pro-ruso. Tras la salida de Yanukóvich del poder en febrero de 2014, Rusia vio una amenaza directa en el cambio político en Kiev y comenzó a tomar medidas para garantizar sus intereses en la región. La anexión de Crimea fue vista como un paso para reforzar el control ruso sobre una región estratégica y de gran importancia militar, especialmente debido a la base naval de Sebastopol, que alberga la flota rusa del mar Negro.
En marzo de 2014, las tropas rusas comenzaron a ocupar Crimea, y un referéndum muy controvertido se celebró en la península, en el que la mayoría de los votantes optaron por la unificación con Rusia. Sin embargo, este referéndum fue ampliamente criticado por la comunidad internacional debido a las acusaciones de fraude y la presencia de fuerzas militares rusas en la región durante el proceso. Pocos días después, el Parlamento de Crimea aprobó la anexión y la península fue oficialmente incorporada a la Federación Rusa, lo que desató una ola de protestas en Ucrania y en varios países occidentales.
La Unión Europea y Estados Unidos respondieron de inmediato imponiendo sanciones económicas a Rusia, buscando castigar a Moscú por su agresión y disuadir futuras acciones. Además, las sanciones afectaron a sectores clave de la economía rusa, como la energía, la banca y las exportaciones. Sin embargo, Rusia desoyó las advertencias internacionales y defendió su acción como un derecho legítimo a proteger a las poblaciones de habla rusa en Crimea, especialmente tras la destitución de Yanukóvich en Kiev.
La anexión de Crimea desencadenó una guerra civil en el este de Ucrania. En las regiones de Donetsk y Luhansk, un grupo de separatistas prorrusos comenzó a luchar contra el gobierno ucraniano, apoyado militarmente por Rusia, aunque Moscú negó su implicación directa. Las fuerzas ucranianas se enfrentaron a los rebeldes en una serie de combates intensos que dejaron miles de muertos y desplazados. El conflicto en el este de Ucrania continuó a lo largo de los años y se convirtió en uno de los mayores desafíos para la seguridad europea.
A lo largo de 2014, las tensiones entre Rusia y el mundo occidental se intensificaron, con OTAN y la Unión Europea aumentando su apoyo a Ucrania. Occidente condenó la anexión de Crimea como una violación del derecho internacional y subrayó que no reconocerían la soberanía rusa sobre la península. Al mismo tiempo, las relaciones diplomáticas entre Rusia y muchos países de la UE y EE. UU. pasaron a un punto de desgaste, con la Cumbre de la OTAN de 2014 destacando el creciente desafío que representaba Rusia para la seguridad en Europa.
En respuesta, Rusia defendió su acción argumentando que la mayoría de la población de Crimea había votado a favor de unirse a Rusia, y que la península tenía una importante historia y vínculo cultural con Rusia. A pesar de las tensiones, el liderazgo de Vladimir Putin consolidó su poder en el país y sus acciones en Crimea fueron ampliamente apoyadas por los rusos.
La anexión de Crimea y el conflicto en el este de Ucrania marcaron un antes y un después en las relaciones internacionales, especialmente entre Rusia y Occidente. El evento también evidenció las dificultades para manejar conflictos territoriales en una era globalizada, donde las fronteras nacionales no siempre se respetan y los intereses geopolíticos influyen poderosamente en las decisiones de los países. La situación también dejó claro que el derecho internacional puede ser vulnerado sin consecuencias inmediatas en algunos casos, desafiando las normas establecidas después de la Segunda Guerra Mundial.
La crisis en Ucrania y la anexión de Crimea en 2014 fueron un punto de inflexión en la política mundial. No solo alteraron el equilibrio en Europa del Este, sino que también pusieron en evidencia las tensiones subyacentes entre Rusia y las potencias occidentales, cuyas relaciones no se han recuperado completamente desde ese momento. Este conflicto sigue siendo una de las principales fuentes de tensión en la política internacional, con implicaciones tanto para la seguridad europea como para las relaciones internacionales en el siglo XXI.