En mayo de 2017, Francia celebró unas elecciones presidenciales históricas, que resultaron en una victoria decisiva para el centrista Emmanuel Macron, quien derrotó a la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen, en una segunda vuelta reñida. La victoria de Macron, con su movimiento En Marche!, no solo representó un triunfo personal, sino también un renovado apoyo al europeísmo y un rechazo claro a las propuestas populistas que habían ganado terreno en Europa y el resto del mundo. La derrota de Le Pen, que representaba la ultraderecha y el euroscepticismo, fue vista como una señal de que los votantes franceses preferían un camino hacia la unidad europea y el fortalecimiento de las instituciones de la Unión Europea (UE), en lugar de seguir las tendencias nacionalistas y antieuropeas.
Macron, quien en ese momento tenía solo 39 años, se convirtió en el presidente más joven de la historia de Francia, y su victoria fue interpretada como una victoria del centrismo en un contexto global de creciente polarización política. Su campaña, basada en una agenda reformista y un discurso proeuropeo, logró cautivar a una parte significativa del electorado que temía que el auge del populismo pudiera desmantelar los logros democráticos y económicos de la Unión Europea. Con una promesa de modernizar la economía francesa, Macron abogó por un futuro de cooperación y estabilidad dentro de la UE, desafiando las propuestas proteccionistas y aislacionistas que venían siendo promovidas por otros líderes populistas de Europa.
La victoria de Macron también fue un rechazo a las propuestas de Le Pen, quien había abogado por un Frexit (la salida de Francia de la Unión Europea), el cierre de fronteras y políticas migratorias más estrictas. Le Pen representaba una postura más nacionalista que apelaba a un sector de la población descontento con la globalización y con la presencia de inmigrantes en Francia. Durante la campaña, Macron destacó la importancia de mantener a Francia dentro de la UE y de reformar las instituciones europeas para que pudieran enfrentar los desafíos del siglo XXI. Su mensaje de unidad y su rechazo a las políticas de división lograron movilizar a millones de votantes, muchos de los cuales veían en él la oportunidad de preservar los valores de la democracia y la solidaridad europea.
Macron también representó un cambio generacional en la política francesa, desplazando a los tradicionales partidos políticos, como los conservadores de la UMP y los socialistas del Partido Socialista Francés, que habían gobernado el país durante décadas. Su éxito se debió en gran parte a su capacidad para conectar con un electorado que deseaba nuevas soluciones a viejos problemas. Durante su campaña, Macron promovió una agenda progresista que incluía reformas en el mercado laboral, una mayor inversión en energías renovables y una postura firme frente al cambio climático. Estos temas fueron atractivos para aquellos votantes que sentían que las políticas tradicionales ya no respondían a las demandas de la sociedad moderna.
La victoria de Macron fue especialmente significativa en el contexto de un declive de la confianza en la política tradicional en muchos países occidentales, donde el populismo estaba ganando terreno. La popularidad de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido habían mostrado un giro hacia el nacionalismo, y muchos temían que Francia pudiera seguir ese camino. Sin embargo, la elección de Macron marcó una clara ruptura con esas tendencias y una reafirmación del compromiso de Francia con la unión europea. Además, su victoria brindó esperanza a aquellos que veían en la globalización una oportunidad para el progreso, en lugar de una amenaza.
El apoyo a la Unión Europea también se reflejó en el resultado de las elecciones. Mientras Le Pen pedía la disolución de la UE y la revalorización de los intereses nacionales, Macron defendió el fortalecimiento de las instituciones europeas. A lo largo de su campaña, Macron se mostró como un firme defensor del proyecto europeo, proponiendo reformas que fortalecieran la cooperación económica, la seguridad y la gobernanza de la UE. De hecho, una de sus primeras propuestas tras asumir el cargo fue impulsar una reforma profunda de la zona euro, con el objetivo de mejorar la gobernanza económica y aumentar la solidaridad entre los países miembros. Este enfoque fue bien recibido no solo en Francia, sino también en otros países de la UE que compartían sus preocupaciones sobre el futuro del bloque.
Sin embargo, el triunfo de Macron no significó la eliminación de los problemas políticos que enfrentaba Francia. Si bien fue un rechazo al populismo de Le Pen, también dejó en evidencia una fractura social en el país, con una parte significativa de la población que no compartía sus políticas económicas o su enfoque hacia la globalización. A pesar de su victoria, Macron tuvo que enfrentar protestas sociales y desafíos políticos a medida que intentaba implementar su agenda de reformas, algunas de las cuales fueron percibidas como un aumento de la desigualdad. La protesta de los «chalecos amarillos» a finales de 2018 fue un ejemplo de cómo la desconfianza hacia las élites y las políticas neoliberales seguían siendo un tema importante en la política francesa.
Las elecciones presidenciales de Francia en 2017 fueron un momento clave en la historia reciente del país y de Europa. La victoria de Emmanuel Macron no solo significó el resurgimiento de un futuro europeísta frente a los riesgos del populismo y el nacionalismo, sino que también marcó una ruptura con las políticas tradicionales que habían dominado la política francesa durante generaciones. Aunque enfrentó desafíos internos, su victoria fue un mensaje claro de que Francia, y por extensión Europa, aún tiene un fuerte compromiso con los valores democráticos, la cooperación internacional y el progreso económico sostenible.