El 11 de julio de 2015, el mundo fue testigo de una de las fugas más espectaculares y humillantes para el sistema penitenciario de México. Joaquín “El Chapo” Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa y uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo, logró escapar de la prisión de máxima seguridad del Altiplano a través de un túnel subterráneo que conectaba su celda con una casa en construcción a más de 1,5 kilómetros de distancia.
Esta fuga dejó en evidencia la corrupción y las fallas de seguridad dentro del sistema penitenciario mexicano, y marcó un nuevo capítulo en la historia de este criminal, que ya había logrado escapar de prisión en 2001. La sofisticación del escape y la facilidad con la que “El Chapo” evadió a las autoridades levantaron sospechas sobre la complicidad de funcionarios dentro del penal.
Un túnel diseñado para la fuga perfecta
La celda de Guzmán Loera estaba equipada con cámaras de vigilancia las 24 horas del día, pero tenía un punto ciego: la zona de la ducha, un área cubierta para garantizar privacidad. Fue en este lugar donde, aproximadamente a las 20:52 horas, el narcotraficante desapareció.
Las imágenes de las cámaras de seguridad mostraron cómo «El Chapo» caminó hacia la ducha y nunca regresó. Cuando los guardias acudieron a su celda, descubrieron un agujero en el suelo que daba acceso a un túnel subterráneo excavado con precisión milimétrica.
El pasadizo tenía 1,70 metros de altura y 80 centímetros de ancho, suficiente para permitirle moverse con comodidad. Contaba con sistemas de iluminación, ventilación y una motocicleta sobre rieles, utilizada para transportar material durante la excavación y facilitar su huida. El túnel terminaba en una casa en construcción en el municipio de Almoloya de Juárez, desde donde Guzmán se esfumó sin dejar rastro.
La reacción del gobierno y el escándalo internacional
El escape de El Chapo generó una crisis en el gobierno de Enrique Peña Nieto, ya que evidenció el alto nivel de corrupción y complicidad en el sistema penitenciario mexicano. Apenas un año antes, en 2014, Guzmán había sido capturado en un gran operativo en Mazatlán, Sinaloa, tras permanecer 13 años prófugo después de su primera fuga en 2001.
La noticia de su escape desató una cacería internacional. El gobierno mexicano ofreció una recompensa de 60 millones de pesos por información que llevara a su captura, mientras que Estados Unidos intensificó la presión sobre México para su recaptura.
Además, las investigaciones revelaron que la construcción del túnel había tomado meses y requirió el uso de herramientas avanzadas, lo que llevó a las autoridades a sospechar que funcionarios del penal colaboraron con el cártel para facilitar la fuga. Varios empleados del Altiplano fueron detenidos y procesados por su posible participación en la evasión.
La captura final de «El Chapo»
Tras su fuga, Guzmán Loera logró esconderse durante seis meses, pero finalmente fue recapturado el 8 de enero de 2016 en un operativo militar en Los Mochis, Sinaloa. Su detención fue posible gracias a la interceptación de sus comunicaciones electrónicas, que revelaron su contacto con productores de cine interesados en hacer una película sobre su vida.
Poco después de su captura, México decidió extraditarlo a Estados Unidos, donde enfrentó un juicio que terminó en cadena perpetua en 2019. Desde entonces, se encuentra recluido en la prisión de máxima seguridad ADX Florence, en Colorado, sin posibilidad de volver a escapar.
El legado de una fuga legendaria
La fuga de 2015 dejó una huella imborrable en la historia del narcotráfico y en la imagen del sistema de justicia en México. El túnel de escape, la precisión del plan y la facilidad con la que “El Chapo” logró evadir la seguridad de la prisión mostraron el poder y la influencia del Cártel de Sinaloa.
A pesar de su captura definitiva, la historia de Joaquín “El Chapo” Guzmán sigue siendo símbolo de la corrupción, la impunidad y la lucha interminable contra el narcotráfico en México.