En mayo de 2011, el líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, fue abatido por fuerzas especiales de Estados Unidos en un operativo secreto llevado a cabo en Pakistán. Este acontecimiento marcó un punto de inflexión en la lucha contra el terrorismo internacional, ya que Bin Laden era el cerebro detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001, en los que murieron casi 3,000 personas. Su muerte fue considerada un hito en la guerra contra el terrorismo, aunque también generó diversas reacciones en el ámbito político y diplomático.
La operación fue llevada a cabo por el equipo SEAL Team 6, una unidad de élite de la Marina de EE.UU., con el apoyo de la CIA. Durante meses, los servicios de inteligencia habían rastreado el paradero de Osama bin Laden, hasta localizarlo en un complejo fortificado en Abbottabad, una ciudad situada a unos 50 kilómetros de Islamabad, la capital de Pakistán. Se descubrió que Bin Laden había estado viviendo en ese lugar durante varios años, protegido por un grupo reducido de seguidores y familiares.
El operativo se realizó en la madrugada del 2 de mayo de 2011 (hora local de Pakistán), aunque en EE.UU. aún era 1 de mayo. Dos helicópteros Black Hawk transportaron a los SEALs hasta el complejo, donde se produjo un intenso tiroteo. Durante la incursión, los comandos estadounidenses abatieron a Bin Laden y a varias personas más, incluyendo a uno de sus hijos y a algunos de sus guardaespaldas. Ningún militar estadounidense murió en la operación, aunque uno de los helicópteros sufrió un fallo mecánico y tuvo que ser destruido en el lugar para evitar que su tecnología cayera en manos enemigas.
Tras la muerte de Osama bin Laden, su identidad fue confirmada mediante pruebas de ADN y reconocimiento facial. Para evitar convertir su tumba en un lugar de culto para extremistas, su cuerpo fue arrojado al mar desde un portaaviones estadounidense en el Océano Índico, cumpliendo supuestamente con ritos islámicos.
La reacción en EE.UU. fue de euforia y alivio. Miles de personas se congregaron en lugares emblemáticos como Times Square y la Casa Blanca para celebrar la noticia. El entonces presidente, Barack Obama, anunció en un discurso televisado que «se había hecho justicia» y que la operación representaba una gran victoria para la seguridad mundial. Sin embargo, también hubo voces críticas que cuestionaron la legalidad del ataque, ya que se realizó en territorio soberano de Pakistán sin la autorización del gobierno local.
El gobierno de Pakistán quedó en una posición incómoda tras la operación. Por un lado, negó haber sabido que Bin Laden vivía en su territorio, pero por otro, recibió críticas por su posible complicidad o negligencia. La relación entre Washington e Islamabad se deterioró aún más después de este episodio, con acusaciones de falta de cooperación en la lucha contra el terrorismo islámico.
A pesar de la muerte de su líder, Al Qaeda no desapareció. La organización sufrió un golpe simbólico y estructural, pero continuó operando bajo nuevos dirigentes, como Ayman al-Zawahiri, quien asumió el liderazgo. Además, el vacío dejado por Bin Laden permitió la aparición de otros grupos terroristas, como ISIS, que se convirtió en la principal amenaza terrorista en los años siguientes.
Desde un punto de vista estratégico, la muerte de Osama bin Laden fue un triunfo significativo para EE.UU., pero no significó el fin del terrorismo global. Si bien se logró eliminar al líder más buscado del mundo, las raíces del extremismo islámico permanecieron, lo que llevó a más conflictos y nuevas estrategias de seguridad internacional.
El asesinato de Osama bin Laden en mayo de 2011 representó un momento clave en la historia reciente, con profundas implicaciones políticas, diplomáticas y de seguridad. Fue una victoria para EE.UU., pero también un recordatorio de que la lucha contra el terrorismo es un conflicto continuo y complejo, que sigue afectando la geopolítica mundial.