El año 2007 marcó el inicio de la crisis financiera global que tuvo su epicentro en Estados Unidos debido a la crisis subprime, un colapso del mercado inmobiliario que se desató por el auge desmedido de las hipotecas de alto riesgo. Esta crisis, que sería el preludio de la Gran Recesión de 2008, dejó una huella profunda en la economía mundial, con consecuencias devastadoras para los mercados financieros, las empresas, las familias y las políticas económicas internacionales.
La crisis subprime comenzó con la proliferación de hipotecas de alto riesgo que se ofrecían a personas con un historial crediticio deficiente, las conocidas como «subprime». Durante los años previos a 2007, los bancos y otras instituciones financieras en Estados Unidos comenzaron a ofrecer estos préstamos con condiciones muy favorables para los prestatarios, pero sin considerar adecuadamente su capacidad para devolver el dinero. Muchas de estas hipotecas se otorgaban con bajos pagos iniciales y tasas de interés que después subían significativamente, lo que hacía muy difícil para los prestatarios cumplir con sus compromisos a largo plazo.
Además, los bancos estadounidenses paquetaban estas hipotecas subprime junto con otros préstamos y las vendían a inversores en todo el mundo como títulos respaldados por activos. Estos activos se clasificaban como seguros debido a la creencia generalizada de que los precios de la vivienda continuarían aumentando, lo que hacía que las inversiones parecieran más atractivas. Sin embargo, cuando los precios de las viviendas comenzaron a caer en 2006 y 2007, muchas personas que habían tomado estas hipotecas no pudieron hacer frente a los pagos, y las propiedades fueron embargadas. Esta marea de ejecuciones hipotecarias aumentó la cantidad de viviendas disponibles en el mercado, lo que provocó una caída en los precios de la vivienda y, con ello, la devaluación de los títulos respaldados por hipotecas que habían sido vendidos a inversores globales.
El problema se extendió rápidamente por el sistema financiero debido a la interconexión global de los mercados. Los inversores que habían adquirido estos activos, incluidos grandes bancos de inversión, aseguradoras y fondos de pensiones, vieron cómo sus inversiones perdían valor a medida que las ejecuciones hipotecarias se disparaban. En 2007, varios de los bancos más grandes de Estados Unidos, como Bear Stearns y Lehman Brothers, comenzaron a enfrentar graves dificultades financieras debido a su exposición a las hipotecas subprime. Este colapso de entidades financieras se extendió por todo el sistema financiero global, lo que aumentó la incertidumbre económica y llevó a un endurecimiento de las condiciones crediticias.
Para 2008, la situación empeoró y la crisis subprime se convirtió en una crisis financiera global. En septiembre de 2008, el colapso de Lehman Brothers —uno de los bancos de inversión más grandes de Estados Unidos— fue el punto culminante de la crisis. El gobierno de Estados Unidos se vio obligado a intervenir para evitar un colapso total del sistema financiero mediante el rescate de instituciones financieras clave y la creación de planes de estímulo económico, como el famoso Plan de Rescate de 700 mil millones de dólares. La crisis también tuvo repercusiones en otros sectores de la economía, como el inmobiliario, la automoción, la manufactura, el comercio y el empleo.
Uno de los efectos más devastadores de la crisis fue el aumento de la desempleabilidad y el empobrecimiento de millones de estadounidenses. La caída en el valor de las propiedades y la falta de crédito dificultaron la capacidad de las familias para acceder a nuevos préstamos y para refinanciar las deudas. Los mercados bursátiles cayeron drásticamente, arrastrando con ellos a los fondos de pensiones, los ahorros de muchos ciudadanos y el bienestar de las empresas. La tasa de desempleo en Estados Unidos alcanzó niveles históricos, y la pobreza se incrementó en muchas áreas, mientras que la confianza en el sistema financiero se desplomaba.
Los efectos de la crisis subprime se sintieron en todo el mundo. Europa, especialmente países como Reino Unido, España e Irlanda, experimentaron crisis bancarias debido a la exposición de sus bancos a los mismos activos respaldados por hipotecas subprime. Las economías emergentes también se vieron afectadas, ya que la crisis llevó a una reducción en el crédito global, lo que afectó negativamente las economías de países como Brasil, Rusia y China, que dependían del financiamiento externo para mantener sus tasas de crecimiento.
Además de los efectos económicos directos, la crisis subprime también desencadenó un debate global sobre la regulación financiera. Muchos expertos señalaron que la desregulación del sistema financiero y las prácticas irresponsables de los bancos y las instituciones financieras fueron factores clave en el colapso. La crisis puso de relieve la necesidad de una mayor supervisión gubernamental sobre los mercados financieros y la importancia de crear mecanismos que eviten el comportamiento arriesgado de las instituciones financieras. Esta reflexión condujo a reformas significativas en la regulación financiera en muchos países, con la aprobación de leyes como la Ley Dodd-Frank en Estados Unidos, que tenía como objetivo evitar que se repitieran las condiciones que llevaron a la crisis.